martes, 19 de junio de 2012

Jean-Luc Mélenchon II

Jean-Luc Mélenchon II: 
(se tendrá en cuenta, en lo que refiere a las cifras y datos que se dan en él, que este libro, del que traduzco algún pasaje, se publicó en el 2009 ). 

“La socialdemocracia contra el estado social: 
el ejemplo europeo Acompañando la mundialización liberal, no se consigue ningún compromiso y se termina por simplemente acompañar el movimiento del mundo tal como es o incluso adelantarlo en la destrucción del Estado social como lo han hecho por ejemplo los socialdemócratas alemanes, ingleses, suecos o daneses.

El desmantelamiento del estado social 
 El derecho a la jubilación es un ejemplo emblemático pues es un marcador esencial del Estado-providencia construido por la izquierda. Ahora bien, sobre este tema, el retroceso socialdemócrata es general en Europa. En todas partes está programada la edad de jubilación de más en más tarde hasta y más allá de los 65 años. Tony Blair batió un record elevando en 2006 la edad de jubilación a los 68 años. En Alemania, ya en el 2001 Schröder había promocionado las pensiones complementarias privadas por capitalización. Después, la gran coalición, cuyo ministro de asuntos sociales es socialdemócrata, a decidido elevar la edad de jubilación a los 67 años. Y hay que añadir que, para beneficiarse de la pensión completa se tiene que haber cotizado 45 años. Los socialdemócratas alemanes lo hacen peor que la derecha en Francia.
 La conversión de la mayoría de los socialdemócratas a la doctrina liberal “menos estado” se ha traducido también en todas partes por recortes en los gastos públicos. No solo Blair no ha cuestionado las privatizaciones de la era Thatcher sino que se ha atacado él mismo a lo que quedaba del sector público: control aereo, prisiones, nuclear, metro… En Suecia igualmente los socialdemócratas han sido los pioneros de la liberalización. A partir de 1993 han cerrado un gran número de oficinas de correo de forma que Suecia tiene hoy en día la peor tasa de accesibilidad al servicio postal de toda Europa.
 La redistribución por el impuesto que siempre fue un pilar de los programas socialdemócratas ha sido también abandonada. Al frente de Dinamarca de 1993 a 2001, Poul Nyrup Rasmussen, actual presidente del Partido Socialista Europeo (PSE) ha decididamente suprimido el impuesto sobre la fortuna. Schröder también ha cumplido proezas liberales en materia fiscal. Bajo su impulso, la tasa más alta del impuesto sobre la renta ha pasado de 51% a 42% y el impuesto sobre los beneficios de 40% a 25%. Y eso no es nada comparado con lo que viene de hacer su delfín Peer Steinbruck como ministro de finanzas de la gran coalición que ha bajado de 25% a 15% la tasa del impuesto sobre los beneficios. Hoy Alemania es la campeona de Eurropa del dumping fiscal.

 La alianza y luego el gobierno con la derecha 
Blair y Schröder no han dudado en negociar con la derecha la adopción de los textos más controvertidos. En Alemania fue el caso de la reforma Harz IV, votada en 2004 con el apoyo de los votos de derechas. Y en marzo de 2006 Blair hizo votar la privatización de la financiación de las escuelas segundarias con la ayuda de los conservadores. Como la socialdemocracia ya no consigue ser mayoritaria sola, no duda en aliarse con partidos de derechas, conservadores o liberales, en nombre del “gobierno de los mejores” o de “la única política posible”. Esta alianza se hace incluso cuando una coalición de izquierda mayoritaria sería posible. El ejemplo más significativo es el de la gran coalición CDU/SPD que gobierna Alemania desde 2005. Pero también es el caso en los Países Bajos donde el partido laborista está en coalición con la derecha desde fines del 2006, en Aústria desde enero de 2007, o en Finlandia donde el Partido socialdemócrata a gobernado con la derecha hasta las elecciones de marzo de 2007. Incluso cuando esta estrategia se salda por un retroceso electoral y la progresión de la extrema derecha, se obstinan como en Aústria donde reconducen su gran coalición con los conservadores. Un punto particularmente agravante: en la casi totalidad de los casos, los socialdemócratas no tienen la dirección de estos gobiernos. Los primeros ministros son de derechas: Angela Merkel en Alemania, Jan Peter Balkenende en Holanda. No se trata pues de coaliciones donde la izquierda encuentra un complemento para gobernar y realizar a pesar de todo parte de su programa. Es al contrario la izquierda que sirve de complemento para que la derecha pueda gobernar. Y esta estrategia precipita el descolgamiento electoral de los partidos socialdemócratas.

 Un naufragio electoral 
 Los socialdemócratas han perdido 13 de los 15 últimos escrutinios nacionales organizados en Europa. Incluso cuando ganan por los pelos, la realidad de los resultados es calamitosa. Gracias al modo de escrutinio el Labour dispone de 55% de los escaños en el Parlamento con solo 22% de los sufragios de los electores inscritos. Es también el peor resultado nunca recogido en toda la historia electoral del país por el partido vencedor. El partido de Blair ha pasado de 13 millones de votos en 1997 a 9 millones en 2005. Y con él la abstención ha pasado de 25% en 1997 a 40% en 2005 e incluso al 77% en la elecciones europeas. El derrumbamiento es igual de impresionante para el SPD alemán que ha perdido uno tras otro 12 escrutinios regionales parciales. Así, si la izquierda sigue mayoritaria en el país en 2005, es únicamente gracias a los resultados del nuevo Partido de Izquierda Die Linke. Pero el SPD ha preferido gobernar con la derecha… En Suecia un primer descolgamiento ha tenido lugar en 2003, cuando los suecos han rechazado con 56% de los votos la entrada en el Euro que defendían los socialdemócratas. Luego en 2006, el partido socialdemócrata ha sido apartado del poder realizando su peor resultado desde la instauración del sufragio universal en Suecia en 1921. En Dinamarca, después de haber ejercido el poder de 1993 a 2001 con el modernizador Poul Nyrup Rasmussen, el partido socialdemócrata se ha derrumbado a 25% de los votos en las elecciones de 2005.

 La impotencia probada a nivel europeo 
 La impotencia de la socialdemocracia se ha evidenciado espectacularmente cuando entre 1999-2000 estaba a la cabeza de 13 de los 15 gobiernos de la Union Europea. El balance es de los más pobres. Se ha demostrado por los hechos que todo el discurso sobre la alternativa socialdemócrata gracias al marco que constituye Europa no tenía ningún contenido concreto. El mensaje se puede resumir así: que los partidos del PSE sean mayoritarios o no lo sean no cambia nada. Por ejemplo durante la Convención europea que preparó el proyecto de Constitución. La delegación del PSE, conducida por el socialdemócrata italiano Giuliano Amato, un antiguo comunista, no propuso casi ninguna enmienda al proyecto presentado por el Praesidium de Valéry Giscard d’Estaing. A la inversa democristianos y liberales las multiplicaban. Este episodio es revelador de la renuncia de la socialdemocracia a ser, por poco que fuere, una fuerza política alternativa al modelo dominante. Más cerca de nosotros, desde hace dos años, son incluso los dirigentes socialdemócratas quienes, en el Parlamento europeo, son propulsores de proyectos tan inquietantes como el Gran Mercado Transatlántico, con el cual el gobierno americano ha hallado un medio más para encadenar a Europa a su estrategia. El atlantismo es una constante del discurso socialdemócrata que se priva así de toda estrategia política autónoma en favor de la paz.

 La socialdemocracia contra el pueblo: el ejemplo latinoamericano 
Para hacer frente al hurracán liberal que se desencadenó de manera precoz sobre América latina, el pueblo miró primero hacia los partidos socialdemócratas. En Bolivia (MIR), en Brasil (PSDB), en Venezuela (AD) o en Perú (APRA). Así pues fueron partidos socialdemócratas, en muchos casos afiliados a la Internacional socialista, quienes prometieron hacer retroceder la pobreza a la vez que modernizar la economía con medidas de liberalización. Desde entonces, a pesar de las alternancias electorales, las mismas políticas económicas se aplicaron. El fracaso de estas políticas terminó en baños de sangre y la explosión total del campo político tradicional. En estos países los socialdemócratas no se contentaron con aplicar el liberalismo sino que reprimieron con ferocidad al pueblo mismo. En 2000, el gobierno boliviano en el que participaban socialdemócratas del MIR responde, instaurando la ley marcial y prohibiendo a las radios de emitir, a la revuelta de los barrios populares contra la privatización del agua. En 2002-2003, las “guerras del gas” ven esta vez las poblaciones las más pobres intentar un verdadero bloqueo del país para impedir el saqueo de sus recursos. El gobierno responde mandando al ejército contra los barrios sublevados y provocando más de un centenar de muertos. En Venezuela es alrededor de la caída del poder adquisitivo que se estructura la revuelta: el 28 de febrero de 1989 – llamado “Caracazo” – la muchedumbre manifiesta pacificamente en Caracas. Es rodeada y luego masacrada por el ejército en virtud del plan Avila decidido por el presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez: 3.000 muertos. En Argentina, la represión del movimiento popular por el presidente socialdemócrata De La Rua provoca cien muertos aunque el ejército se haya negado a responder a la orden de intervención que el presidente se había atrevido a dar. El balance para la izquierda tradicional es terrible. En todos esos países, la imposibilidad de responder a las necesidades de la población acompañando el liberalismo en el marco nacional, ha demostrado para la mayoría el callejón sin salida de la socialdemocracia, incapaz de abrir una alternativa y encargándose de reprimir a los que lo intentaban. En estas condiciones, a menudo los antiguos partidos socialdemócratas eran sencillamente eliminados del paisaje político, privados de toda base social (AD en Venezuela, MIR en Bolivia, Partido liberal en Colombia). En otros sitios, otros socialdemócratas solo han conseguido mantenerse a flote ocupando el espacio político perdido por los partidos de derechas derrotados. Es particularmente el caso en Brasil o en Perú donde son candidatos socialdemócratas (Alckmin en Brasil, Alan García en Perú) los que realizan alrededor suyo la union de la derecha.

 De la socialdemocracia al partido demócrata: el riesgo de desaparición de la izquierda 
La experiencia latinoamericana muestra que la deriva liberal de los partidos socialdemócratas puede a veces conducir a la izquierda a desaparecer del paisaje político. Una de las etapas de esta desaparición es la mutación de la socialdemócracia en simple corriente demócrata. La fuente fundadora de este basculamiento hacia una suerte de “post-izquierda” la encontramos en Estados Unidos en el viraje “modernizador” que Clinton y los neodemócratas han imprimido al partido demócrata americano en los años 80. Muestro en mi libro “En busca de izquierda” que los Blair y demás adeptos de “la tercera vía” en todos los países han bebido de esta fuente única. El ejemplo italiano es muy revelador de este deslizamiento. Organizando el reajuste de los socialdemócratas en el seno de un “gran” partido demócrata abierto a los centristas, Romano Prodi y Walter Veltroni han literalmente destruido la izquierda italiana. En las últimas elecciones legislativas, su estrategia no solo ha permitido a Berlusconi vencer con 10 puntos de adelanto sino que ya no hay ningún parlamentario socialista por primera vez desde 1895, y lo mismo para los comunistas por primera vez desde 1946. El PS francés no está fuera del peligro de esta mutación. Preparada a pequeñas dosis por Hollande durante sus 10 años a la cabeza del PS, esta mutación ideológica la incarnó abiertamente por primera vez Ségolène Royal en la campaña presidencial. Con la derrota que ya sabemos. La mayoría de los dirigentes del PS francés no han sacado ninguna lección, no más que del naufragio italiano. En el Congreso de Reims actualmente en preparación, (recuerdo que escribí estas líneas una semanas antes del Congreso de Reims) algunos se contentarían con cambiar de candidato manteniendo la misma línea. Con mis compañeros de la izquierda socialista explicamos que no hay que llevar al partido más lejos por esta vía. Es nuestro primer objetivo en este congreso. Lo resumimos diciendo que queremos impedir la mutación definitiva del partido socialista en partido demócrata. El desenlace de este Congreso será pues determinante para el futuro de la izquierda francesa. Si las antiguas fracciones de la mayoría del partido conservaran la ventaja sería un callejón sin salida total para la izquierda de nuestro partido. Se vería de nuevo condenada sea a acuerdos de dirección que arruinarían la autonomía de su expresión, sea a la marginalización interna. Esta situación sería tanto más grave cuanto se trata del tercer encuentro de este partido con acontecimientos mayores ante los cuales ha, o demostrado su impotencia o mostrado su hostilidad a la voluntad popular. Veamos eso en toda su dureza. En 2002, el candidato socialista es vencido en la elección presidencial ya desde la primera vuelta. En el Congreso siguiente los responsables son mantenidos en su puesto. En 2005 el partido se pronuncia por el “sí” al referendum europeo y el pueblo vota “no”, sobre todo en las zonas obreras de izquierda. Los dirigentes otra vez son mantenidos. Pero a los socialistas partidarios del “no” se les pone en cuarentena. En 2008, justo antes de la mayor crisis del capitalismo mundial, el partido adopta una declaración de principios que alaba la economía de mercado. Luego, durante la crisis financiera, los grupos socialistas de las asambleas se contentan con abstenerse en el voto del plan de salvamiento de los bancos a pesar de la ausencia total de medidas para proteger a los trabajadores y a la economía productiva real. Así, frente a tres crisis mayores de la sociedad, en Francia, el Partido socialista no ha dado otra respuesta que el statu quo y el alineamiento con la política propuesta por su competidor de derechas.

 La originalidad del socialismo francés: socialdemócratas y socialrepublicanos 
La mutación demócrata del PS sería una ruptura tanto más destacable cuando históricamente e ideológicamente el partido francés siempre se ha distinguido de la socialdemocracia afirmando un modelo original de “socialismo republicano”. Tiene su fuente en un acontecimiento anterior a la emergencia del movimiento socialdemócrata: la gran revolución de 1789. Para los socialdemócratas en general todos los valores morales y religiosos son más o menos equivalentes y todos aceptables, en el respeto del derecho a la diferencia de cada uno. Las formas institucionales de la democracia política se juzgan según su aptitud a producir una decisión corectamente. No se preocupan verdaderamente en saber si son igualmente conformes a principios de vida común anunciados, como es el caso en la República. Al contrario, el socialismo francés, cuya columna vertebral ha sido largo tiempo el socialrepublicanismo de Jean Jaurès, siempre se ha apoyado en una visión más globalizante de la historia. Jean Jaurès denuncia: “ En el momento mismo donde el asalariado es soberano en el orden político, está en el orden económico reducido a una especie de servidumbre”. En esta visión, la acción política somete el conjunto de relaciones sociales, incluidas las relaciones de producción, a la deliberación colectiva. Por otro lado hay que reconstruirlas constantemente para perfeccionarlas en función de una exigencia absoluta: el interés general. Y este no es la suma de los intereses particulares. Por eso Jaurès afirma en el mismo discurso en la Asamblea nacional en noviembre de 1893: “el socialismo proclama que la República política tiene que desembocar en la República social”. He aquí lo que yo llamo el socialismo histórico en Francia. De ese modo, en Francia, no es solo el Estado social el que el capitalismo de nuestra época amenaza. Choca con la identidad misma de Francia que está basada en la existencia de un soberano político colectivo, de una comunidad legal una e indivisible y de la definición por parte de cada uno del interés general. Estructuras nacionales menos fuertes ya se han derrumbado en el mundo entero bajo los golpes de esta nueva edad del capitalismo. En Europa, delante de nuestros ojos, naciones estan en proceso de fragmentación como Bélgica, Italia o España… En este contexto, la relegación de la conciencia republicana organizada por la corriente “demócrata” del PS y diversos sectores de extrema izquierda se paga muy caro. El desmantelamiento de los puntos de apoyo fundamentales de la forma republicana de nuestra sociedad no es ni percibido ni combatido por ellos. La comprensión de lo que pretende la derecha queda reducida a una vana protesta puntual, caso por caso, sin capacidad de mostrar la coherencia de la contrarevolución liberal, ni sus implicaciones en el largo plazo sobre nuestra sociedad. Es pues urgente para mí el renovar la presencia y la palabra crítica del republicanismo socialista en el escenario público de mi país. Y es urgente que sea desde la izquierda que parta este objetivo de refundación republicana de Francia y de Europa.

 El deber de reinvención de la izquierda 
El adormecimiento de la izquierda en Francia puede conducir a lo peor, incluido un naufragio a la italiana. La línea “demócrata” inicialmente elaborada por Clinton y después Blair se ha difundido progresivamente en toda la izquierda socialista. Sus principios esenciales son claramente identificables. Primero recusar la oposición frontal entre izquierda y derecha. Luego negar la estrategia de una agrupación de la izquierda en beneficio de un acercamiento político con el “centro”. Por fin relativizar la questión del reparto de la riqueza como postura esencial en el ruedo social y político. No queda más remedio que constatar que esta línea no se sostiene ni en el choque de la campaña electoral ni en el de la oposición. Desde ahora la parálisis afecta a todo el organismo del principal partido de izquierda y, a partir de ahí, contamina todo el espacio de izquierda. Mañana, si ganan las tentaciones de cambio de alianzas por parte del PS, la contrapartida será una división y una incitación al sectarismo que pueden destruir la izquierda entera. Por falta de lemas de combate, por falta de organización política capaz de llevar la contraofensiva, muchos ciudadanos comprometidos se abandonan al desánimo. El primer deber de una conciencia de izquierdas no es solo de comentar sino también de actuar, de hacer algo. Pienso, y conmigo muchos militantes socialistas, y creo que también electores socialistas aún más numerosos, que hay lugar en Francia para un programa y un partido que esté anclado en la orientación del socialismo histórico. Es la condición para dinamizar toda la izquierda en su diversidad. Frente al vacío político actual creado por el hundimiento ideológico y práctico del PS que domina la izquierda, pienso que la izquierda de transformación social debe responder a la necesidad de una fuerza política nueva. La questión es saber de donde esta propuesta tiene que partir. No excluyo nada. El partido socialista podría hacer una elección que le lleve a eso en su Congreso. Sería lo más cómodo y lo menos costoso en energía. Un nuevo frente popular podría ser la nueva fuerza, si estuviese abierto a toda la izquierda sin exclusiva y si su programa comprometiese la gran refundición social y republicana que el país necesita. Pero no tengo intención de ilusionarme con esperanzas cuyos plazos nunca se cumplen. Sé que esta questión tiene que tener su desenlace antes la elección de los diputados europeos porque esta será la respuesta concreta a los numerosos interrogantes políticos que preocupan a la izquierda por el hecho de la sumisión total de los partidos socialdemócratas al Tratado de Lisboa. Tenemos ejemplos en el mundo que muestran que una reinvención audaz de la izquierda es posible: La experiencia alemana de Die Linke así como las experiencias latinoamericanas de reinvención de la izquierda permiten esbozar ejes para hacer vivir esta propuesta de nueva fuerza. Socialistas, comunistas, trotskystas, ecologistas, republicanos y altermundialistas, tenemos hoy la responsabilidad de abrir otro camino que no sea el de la renuncia que amenaza a la izquierda de desaparición”.
 Traducido por Antoine Candelas Del libro “l’autre gauche” De Jean-Luc Mélenchon

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